This article by the intelectual Carlos Sempun Maura has no waste, unfortunately is in spanish and it's too long for lazy feathers to translate. It was written in January of this year and it offers a very good insight of Israel's actual conflict.
Nº 27 - VARIA
¡Jerusalén! ¡Jerusalén!
Por Carlos Semprún Maura
Shalom Sharon
Escribo estas líneas en enero de 2006, con Ariel Sharon hospitalizado tras un gravísimo derrame cerebral; y si parece recuperarse muy poco a poco, nadie sabe si será capaz de ejercer de nuevo las responsabilidades que fueron suyas aún hace pocos días. Israel está, pues, en una encrucijada; no únicamente debido a la enfermedad de Sharon, desde luego. Porque hay otros síntomas de crisis, como los revelados en los partidos tradicionales, el Likud y el Laborista, y con la creación de una nueva formación, precisamente liderada, hasta ayer, por Sharon: Kadima ("Adelante"), que aparece en los sondeos como vencedora de las elecciones de marzo.
Se me dirá que Israel siempre está en crisis más o menos grave; desde que conoció su parto sangriento, en 1948, tras la decisión de la ONU de crear dos estados, uno judío, el otro árabe, y todos los países árabes de la región lanzaron sus tropas para impedirlo, oponiéndose por las armas a la creación tanto del Estado hebreo como del arabopalestino. Desde entonces hasta hoy, las guerras, las agresiones, el terrorismo contra Israel jamás han cesado, y el peligro se reanuda hoy con las tétricas amenazas de Irán, que posee armas de destrucción masiva nucleares y proclama su voluntad de "borrar Israel del mapa".
Sí, siempre ha sido así, siempre ha vivido Israel en estado de alerta y de defensa militar; pero resulta que, precisamente por esto, los israelíes están cansados: anhelan paz y tranquilidad más que nunca. Y si esto es comprensible, es peligroso.
Como se puede suponer, este estado de alerta permanente, este esfuerzo de guerra constante –a lo que podría añadirse, por lo visto, la mala gestión de Netanyahu como ministro de Finanzas– han creado una situación económica bastante difícil, pese a que Vargas Llosa, incomprensiblemente, se irrite y eche en cara a Israel "sus altos niveles de vida" (El País, 8-X-2005).
El caso es que este país conoce una nueva crisis política, que espera solucionar con elecciones anticipadas en marzo. Antes, este mismo enero, habrán tenido lugar las palestinas; pero éstas son menos representativas, porque no son los ciudadanos quienes votan, sino los fusiles, y en las zonas militarmente dominadas por Hamas ganará Hamas, y en las que no perderá.
La gravedad de la repentina enfermedad de Sharon ha complicado las cosas, aunque valga la pena señalar la absoluta normalidad de los acontecimientos, que contrasta radicalmente con todo lo que ocurre en los países árabes, dictaduras o monarquías absolutas. La enfermedad se trata en el hospital, y los comentarios son médicos, no de la Dirección General de Seguridad, o del ayatolá guía de la revolución; las instituciones siguen funcionando con normalidad: el vice primer ministro, según lo previsto, se convierte en primer ministro interino y todo sigue igual. Más aún: a mediados de enero Kadima, el partido fundado por Sharon, seguía apareciendo en los sondeos como el vencedor de las próximas elecciones, lo cual también constituye un dato sobre la perfecta salud de la democracia israelí.
Poco antes, la difícil situación económica había conducido a un cambio en la cumbre del Partido Laborista, con la derrota del veterano Simón Peres y la nueva jefatura del sindicalista Amir Peretz. Y otros acontecimientos políticos han desempeñado asimismo un papel: la retirada de Gaza fue un éxito, y fue aprobada por la mayoría de la población; sin embargo, creó tensiones en los partidos y en la sociedad, sin llegar a la "guerra civil", tan esperada por la socialburocracia europea y la derecha carca, una vez más unidas en su común antisionismo, que ya no disimula su antisemitismo.
Dicha retirada creó, pues, tensiones, sí, pero también fue utilizada por gentes como Netanyahu, que estaba perfectamente al corriente de los proyectos de Sharon –siendo, como era, miembro de su Gobierno– pero que esperó al último momento, con la evacuación de los colonos casi terminada, para protestar contra ese "abandono" y dimitir de ese mismo Gobierno, encabezando la oposición a Sharon en el Likud para hacerse con el mando del partido.
Sin menospreciar los problemas económicos ni el hastío ante la guerra eterna, la crisis política actual parecer resultar más bien de la existente en los principales partidos, el Laborista y el Likud, cuya alternancia en el poder, desde 1948, era, por así decir, la norma de la vida democrática israelí. De pronto, en el seno de ambos partidos hubo partidarios y adversarios de la retirada de Gaza, así como fuertes divergencias sobre el futuro inmediato de Israel: las relaciones con la Autoridad Palestina y los países musulmanes de la región, las negociaciones de paz, las concesiones territoriales, el futuro Estado palestino, la lucha contra el terrorismo... todos los problemas estaban sobre el tapete, de sobra conocidos y discutidos en infinitas conferencias (Madrid, Oslo, Camp David, etcétera) pero en su mayoría aún sin resolver.
A las históricas diferencias entre los dos principales partidos se han añadido recientemente las divisiones en el seno de cada uno de ellos: no han faltado voces laboristas para atacar a Simón Peres y tratarle de traidor, por participar en un Gobierno de coalición con el Likud presidido por Ariel Sharon, su "bestia negra" hasta ahora, ni en el Likud para atacar a Sharon, tratarle de traidor y acusarle de realizar una "política de izquierdas". El resultado de todo esto ha sido una evidente paralización del sistema democrático, al no estar de acuerdo ni los dos partidos ni los militantes en el seno de cada uno de ellos. Y Sharon, con su audacia habitual, ha cortado por lo sano, creando una nueva formación, Kadima, a la que se han sumado Peres y muchos más.
Todo esto puede aparecer –y se ha dicho, en Israel y fuera– como un peligroso juego entre partidos, unas combinazioni de aparatos y líderes demasiado frívolas, tratándose de un país acosado y atacado. Pero hay que tener en cuenta que Sharon no podía hacer triunfar su política –porque tiene su política– con un Likud dividido, al mismo tiempo que los laboristas echaban a Peres de la dirección y rompían el Gobierno de coalición, preparándose para un nuevo –pero tan anticuado– enfrentamiento izquierda/derecha. Sharon, para seguir adelante, tenía que tomar la iniciativa, romper el tradicional equilibrio (una vez le toca al Likud, otra a los laboristas), que se había estancado, y dar un golpe creando un nuevo partido, con lo cual ha dejado estupefactos a muchos de sus adversarios y a bastantes de sus amigos políticos.
En todos los países, pero aún más en Israel, los problemas de política internacional interfieren claramente en los de política interior, y en ese sentido también ha habido cambios. Problema a la vez interior y exterior, la cuestión palestina, con sus negociaciones de paz probables, el futuro Estado palestino, etcétera, ha cambiado bastante con la muerte de Arafat y su sucesión por Abbas. Pero no nos llamemos a engaño ni nos hagamos demasiadas ilusiones, porque si Mahmud Abbas es presentado y recibido por doquier (hasta por el Papa) como un negociador nato, un nacionalista moderado, un hombre de paz, etcétera, muchos de los que así le presentan condenan implícitamente, con sus loas a Abbas, al difunto Arafat, a quien tan incondicionalmente, sin embargo, habían apoyado cuando presidía la Autoridad Palestina.
Es cierto que Abbas ha declarado que había que terminar con el terrorismo, y convertir la “intifada militar” en “intifada civil y política”, pero el terrorismo no cesa. Es cierto que Abbas ha dicho que el futuro Estado palestino debería tener relaciones normales con Israel, pero al mismo tiempo reivindica para dicho Estado cosas que sabe imposibles, como Jerusalén como capital, cuando lo es de Israel por antonomasia; y, según sean las circunstancias y el público, o bien exige que se estudie muy seriamente la cuestión del retorno de los refugiados o bien proclama como condición sine qua non el retorno de todos ellos, a sabiendas de que es materialmente imposible. Asimismo, juega con las concesiones territoriales que debería hacer Israel de manera lo suficientemente imprecisa como para, si llega a la negociación, poder en cualquier momento aumentar sus reivindicaciones territoriales y romper la baraja.
Archisabido es que, en cualquier tipo de negociación, y contra más difícil más, cuando se quiere obtener cincuenta se exige cien, pero también es sabido que, cuando no se quiere que las negociaciones finalicen con un acuerdo satisfactorio para ambas partes, se recurre a la táctica de ir subiendo el listón y sacar de la manga nuevas exigencias. Así puede uno hacer fracasar las negociaciones aunque aparente ser su más firme partidario. El malo es el otro. Se trata de una táctica muy vista.
Arafat también hablaba de negociar la paz, y cada vez que los suyos cometían un atentado terrorista lo “condenaba”. Pero al mismo tiempo, y muy poco a poco, ese cinismo iba creando malestar entre algunos de sus amigos y aliados extranjeros. No en Hamas, por supuesto. En las últimas negociaciones israelo-palestinas, patrocinadas por el presidente Clinton, el primer ministro israelí Barak y su ministro de Exteriores, Ben Ami, hicieron todas las concesiones habidas y por haber –incluso exageradas– a los palestinos; concesiones que inquietaron a muchos israelíes, incluido Simón Peres. Sin embargo, Arafat no firmó.
Según el testimonio del propio Ben Ami, Arafat, muy nervioso y molesto, confesó en varias ocasiones: “No puedo firmar; si firmo me matan”. Nunca se ha reconocido tan claramente que las organizaciones terroristas palestinas, Hamas, Yihad y demás, así como la mayoría de los países musulmanes de la región, que las subvencionan y controlan (la UE también las subvenciona, pero no las controla), no quieren ni negociaciones ni paz: su objetivo es la destrucción de Israel, y, en su óptica fanática, hasta la creación de un Estado palestino independiente les tiene sin cuidado.
Esta actitud, a fin de cuentas suicida, de Arafat, porque tenía enfrente una fuerza militar superior y resuelta, no ha satisfecho totalmente a ciertos sectores políticos en EEUU y Europa que, aun simpatizando con la “causa palestina”, no son incondicionalmente partidarios de la destrucción de Israel. En cuanto a saber si Mahmud Abbas va a tener otra actitud, más positiva, en las inevitables futuras negociaciones, ya se verá. Por ahora, se puede constatar que, pese a sus discursos sobre el fin del terrorismo, éste continúa, y cabe preguntarse si Abbas es incapaz de frenarlo o si, como Arafat, no quiere hacerlo.
Últimamente, y gracias sobre todo a la política de la Casa Blanca, la situación de Israel en Oriente Medio ha conocido algunos cambios. Esto se debe, ante todo, a la intervención militar aliada contra Irak, intervención aún inconclusa, aún sangrienta –y los que exigen la retirada inmediata sólo quieren una derrota norteamericana–, pero que ha limitado considerablemente las capacidades agresivas de Irak (su peligrosidad es de otra índole) y ha repercutido con fuerza en las ambiciones agresivas y terroristas de Siria, que se retira del Líbano y mantiene por ahora una actitud mucho más prudente que antaño, lo cual no le impide seguir sosteniendo el terrorismo, tanto en Irak como en el Líbano. Anteriormente, y también en buena parte gracias a los USA, países como Jordania y Egipto, que tantas veces habían guerreado contra Israel, y eso desde el 1948, han firmado tratados de paz con el Estado hebreo, sin que ello signifique una colaboración plena y pacífica entre todos estos países.
Al aludir al cambio de la política de Egipto en relación con Israel no se puede olvidar el ejemplo del gran estadista Anuar el Sadat. Fue la primera y única vez que un acuerdo de paz entre Israel y un país árabe fue firmado y respetado. Por ello asesinaron a Sadat, los “camaradas islamistas”. Vale la pena recordar que del lado israelí fue el primer ministro más odiado por la progresía (casi tanto como Sharon), Menahem Beguin, presentado como el peor de los “halcones”, quien firmó y respetó dicho acuerdo. Desde entonces, Mubarak, aconsejado por Washington, lo ha respetado. En realidad, ha respetado más la letra que el espíritu, pero algo es algo, y no es lo mismo que Irán.
Resulta que cada vez que a Israel se le propone un acuerdo serio, sin trampas ni segundas, como el votado por la ONU en 1947, cuya aplicación debía comenzar en 1948 y se convirtió en guerra de agresión árabe contra el recién nacido Israel (asesinando de paso al “feto” del Estado palestino), o el propuesto por Sadat, Israel ha aceptado y cumplido. Lo que no puede aceptar, y algunos esperamos que no lo haga nunca, es firmar su propia sentencia de muerte.
Aparentemente, sólo Irán mantiene hoy el objetivo de “borrar Israel del mapa”, que fue la ambición declarada de muchos otros países árabes, Egipto como Irak, Siria como Arabia Saudi, etcétera. Pero Irán dispone de armas nucleares, o está ultimando sus preparativos. Ante este peligro, se nota la diferencia entre el discurso, como siempre, apaciguador, cobarde, de la UE, que finge discutir amistosamente con los ayatolás sobre la energía nuclear civil, cuando de armas se trata, y la firme actitud de Israel, declarando que bajo ningún concepto aceptará que Irán se dote de una fuerza nuclear.
Dos observaciones, pese a todo: me temo que ya sea tarde, que la preparación de esas bombas y cohetes nucleares ya esté concluida, o a punto de serlo, y no en un solo centro, sino en varios, para dificultar los bombardeos. Por otra parte, sería peligroso para Israel si sus aviones fueran los únicos en bombardear las instalaciones nucleares iraníes. Peligroso políticamente, aunque posible militarmente. Si existiera de verdad, si no fuera un “zombi”, tal responsabilidad debería correr a cargo de la OTAN. Estando las cosas como están, la única alianza, difícil pero posible, que yo veo sería una operación conjunta USA-Reino Unido-Israel; esperando que, si se realiza, no sea demasiado tarde. Difícil me parecería ejercer represalias contra una alianza tal. En cuanto a las actuaciones antioccidentales, ya existen; en cambio, los países musulmanes moderados, o prudentes, lo serían mucho más.
Hay que distinguir, como siempre, las palabras de los hechos, porque el extraordinario incremento del terrorismo islámico desde los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre 2001, hasta hoy (y mañana, puede desgraciadamente afirmarse), en todo Oriente Medio y en el mundo entero, demuestra que las organizaciones terroristas disponen de muchos recursos: voluntarios a granel, incluidos los “novios de la muerte” suicidas, que a veces son mujeres y hasta niños; armas y explosivos asimismo a granel, y evidentemente medios, o sea dinero, y muy concretamente petrodólares. Sabido de sobra es que las organizaciones terroristas internacionales son millonarias y billonarias, pero menos se dice que muchos estados musulmanes, incluso declarándose antiterroristas y hasta luchando contra grupos terroristas en su territorio, subvencionan directa o indirectamente a Al Qaeda y demás redes de "locos de Alá".
Sin embargo, y pese al secreto, se conocen muchas cosas: se sabe que Irán subvenciona a la Yihad Islámica en el Líbano y a grupos terroristas en Irak, principal frente elegido por el islam radical, por motivos obvios, en su “guerra santa”. En este sentido, cabe preguntarse si los norteamericanos, con su voluntad de confiar cada vez más en las fuerzas de seguridad iraquíes para restablecer el orden, no se equivocan, o al menos no se apresuran demasiado, porque por ahora no se ven los resultados, pese a que hayan podido celebrarse elecciones, se haya votado una Constitución (híbrida) y demás pasos hacia la democracia. También se sabe que Siria, en esta ocasión junto a Irán, subvenciona a la Yihad libanesa y a grupos terroristas en Irak, como las operaciones militares en la frontera sirio-iraquí demuestran, aunque Damasco lo niegue.
Por cierto, ¿alguien ha cifrado el coste en petrodólares de los atentados diarios con coches-bomba y el resto de operaciones de "guerrilla urbana"? Pues cuestan millonadas, porque los explosivos, los morteros, las ametralladoras, hasta los fusiles y las pistolas, no se distribuyen gratis, como caramelos envenenados. También hay países, como Arabia Saudí o los Emiratos, pongamos, que subvencionan abiertamente, a través del ancho mundo, y concretamente en Europa, fundaciones islámicas, mezquitas, escuelas coránicas, etcétera, institutos “culturales” para la propagación de la fe durante el día y de adiestramiento para el terrorismo por la noche. Sabido es, igualmente, que Pakistán ayudó a los talibanes en Afganistán y a los terroristas islámicos en Cachemira. ¿Han cambiando realmente de política en este aspecto?
Todo ello, con las diferencias y matices que se quieran, constituye el panorama general de la guerra contra Occidente. Pero todo ello es, a fin de cuentas, menos virulento que el odio islámico a Israel, "avanzadilla del Occidente infiel en tierras musulmanas". Yo, claro, calificaría más bien a Israel como una "vanguardia de la democracia occidental en Oriente". Por eso, cuando José María Aznar propuso en Bruselas incluir a Israel (con Japón y otros países democráticos) en una nueva OTAN más eficaz y más adaptada a la guerra actual contra el terrorismo islámico internacional... si El País se indigna, yo aplaudo. Es curioso, pero cada vez que El País se mete con Aznar, yo le aplaudo.
La tentación cobarde de Occidente
Y ahora, un inciso: hay una señora yanqui, cuyo nombre no recuerdo, pese a haberlo oído y leído decenas de veces, que acusa a Bush de haber matado a su hijo porque éste, soldado norteamericano, murió en Irak. Muy "mediatizada", como se dice ahora, se la vio acampar, ufana y sonriente, ante el rancho de George W. Bush y desfilar delante de la Casa Blanca, como si quisiera rentabilizar la muerte de su hijo para realizar vete a saber qué carrera política o mediática, o lograr un cargo en alguna ONG subvencionada por los petrodólares. No veo por qué, siguiendo su lógica y la de sus numerosos hinchas, no acusan a Roosevelt de haber matado infinitamente más jóvenes norteamericanos durante la II Guerra Mundial, que tenía, salvando las distancias, el mismo objetivo: la defensa de la democracia. Además, a los papanatas que admiran a esa pobre señora les diré que su hijo era voluntario.
Aparentemente, esta anécdota poco tiene que ver con Israel, pero sí, y mucho, con la "tentación cobarde de Occidente", y su profundo y extravagante "síndrome de Estocolmo": sistemáticamente, cuando hay atentados, nunca se acusa a los terroristas, sino a los gobiernos que luchan contra el terrorismo. Y esto sí que tiene que ver con Israel, ya que, en la inmensa mayoría de los casos, en Europa se acusa al Gobierno israelí de ser el culpable de los atentados terroristas que sufre su población civil. De la misma manera que el antisemitismo condena a los judíos por serlo ("por el mero hecho de haber nacido judíos", escribió André Frossard), los antisionistas condenan a Israel por el mero hecho de existir.
Y nunca jamás tanto como a Ariel Sharon, convertido en "monstruo nazi" no sólo por filósofos como José Bové, o nobeles como Saramago, no sólo por islamistas radicales y por moderados idénticos en su antisemitismo, o por la extrema izquierda, por o la derecha carca, que lo exhibe como alcurnia de sangre pura; también por muchos beaux esprits que se proclaman "amigos de Israel" y acusan a Sharon de ser, él, el "peor enemigo de Israel". En este sentido, Mario Vargas Llosa no está solo, más bien en numerosa y mala compañía.
Durante los últimos años del periodo Arafat, con, por un lado, el incremento del terrorismo y, por el otro, el fracaso de las negociaciones conducidas por Barak y Ben Ami, y la correspondiente llegada de Sharon al poder, Vargas Llosa ha sido uno de los muchos intelectuales famosos que se han dedicado a atacar furiosamente al Gobierno israelí y a Sharon personalmente, considerado como peligroso energúmeno (siendo académico, debe saber que significa "poseído del demonio"). En ese mismo periodo, Vargas Llosa fue también uno de tantos que, sin que se les cayera la cara de vergüenza, proclamaban muy fuerte su oposición a la intervención militar en Irak y al mismo tiempo su entusiasmo por el derrumbe de la tiranía de Sadam Husein, como si una cosa no fuera la consecuencia evidente de la otra.
Habiendo ya comentado, para Libertad Digital[1], el último, que yo sepa, reportaje de Vargas Llosa sobre el conflicto israelo-árabe, no tendré la redundancia de repetirme; solo recordaré que en sus artículos “impresionistas” fingía lamentar los sufrimientos en los dos bandos, para mejor condenar la firmeza de Israel. A mí, desde luego, nada me cuesta reconocer que alguna vez la respuesta militar de Israel al terrorismo palestino me ha parecido exorbitante, pero al mismo tiempo constato su eficacia, así como su necesidad, y en su conjunto me parece altamente positiva. La condena de Israel por parte de Mario también se manifiesta en su exaltación de quienes califica de "justos" y que, expresándose libremente (tan libremente como en USA se expresan los antibush, cosa radicalmente imposible en cualquier país árabe), proponen a sus compatriotas nada menos que un suicidio colectivo y purificador (los judíos, pueblo eternamente víctima, deben seguir siéndolo, para mejor redimir a toda la Humanidad... Refrain connu).
Al unísono con los islamistas más radicales, esos "justos" condenan de hecho la existencia de Israel, desde su creación, afirmando asimismo que el Estado hebreo es el único culpable de la guerra inconclusa. ¡Como si bastara con sonreír "al otro" para que inmediatamente Hamas, la Yihad, Al Qaeda o Irán depositaran las armas y las transformaran en flores...!
Pero cuando Vargas Llosa se pasa de la raya y cae en la infamia es cuando se lamenta por que el terrorismo islámico no ha logrado sus objetivos: ni destruir Israel ni crear el caos. Le cito: "Porque lo cierto es que, por doloroso que sea en lo individual y familiar, los atentados terroristas sólo son unos pequeños rasguños en la piel de ese elefante que es ahora Israel, algo que no amenaza su existencia, ni sus altos niveles de vida, ni, ay, su conciencia".
Dejando de lado, por ahora, la abundante basura antisemita carpetovetónica, nuestras "gemas orientales" y los nutridos batallones falanjocomunistas, citaré el ejemplo de dos intelectuales de izquierda franceses, ambos judíos, dicho sea de paso: Claude Lefort y Edgar Morin, quienes en el mismo periodo han mantenido argumentos (insultos, más bien) bastante semejantes a los de Vargas Llosa. Claude Lefort, écorché vif en todo lo que se refiere o huele a antisemitismo, quien en muchas ocasiones defendió a Israel, hace algunos años (en 2002) arremetió ferozmente, en un artículo publicado en Le Monde, contra el Gobierno israelí, y muy concretamente contra Sharon, en términos muy parecidos a los de Mario, y exaltando, también, a la minoría de izquierdas y pacifista israelí. ¿Cabe preguntarse si condena retrospectivamente la actitud de Churchill en 1940, porque era un político de derechas?
Pero lo peor es cuando, en ese mismo artículo, se escandaliza en términos patéticos ante una de las "peores masacres de la Historia", la "masacre de Yenín" (mayo de 2002); en el último momento, preso de vete a saber qué duda, anota, entre paréntesis, "si se confirma". O sea, que se atreve a denunciar sin confirmación la "horrenda masacre israelí contra los civiles palestinos"; él, que no había cesado de denunciar hasta la fecha las mentiras y extravagancias de la propaganda antiisraelí. Como si de pronto tampoco recordara las mentiras de la propaganda comunista. Por cierto, ¿se ha "confirmado" que Trotski era un agente imperialista, y sus discípulos hitlero-trotsquistas?
Recordemos los hechos (con Gabriel Albiac: 'Meditar Yenin'[2]). Pese a lo que todo el mundo progre y antisemita proclamaba, no hubo masacre de civiles: hubo un combate entre milicianos-terroristas palestinos y soldados israelíes. En dicho combate murieron 52 palestinos y 27 israelíes. No he leído la menor rectificación a las exorbitadas condenas de Israel por dicha "matanza".
El caso de Edgar Morin es más banal, y además ha tenido un toque que me atrevería a calificar de cómico: menos sensible que Lefort ante las viejas y nuevas manifestaciones del antisemitismo, aunque también las condene formalmente, y menos dolorosamente preocupado por el destino de Israel (por lo que he leído de este "enciclopedista" del Café du commerce), Morin se ha visto condenado, hace pocos meses, por antisemitismo (!) por un tribunal francés, debido a un texto publicado en Le Monde y firmado conjuntamente con Sami Naïr y una escritora cuyo nombre no recuerdo ni viene a cuento. Yo discrepo radicalmente de que los tribunales impongan cualquier tipo de censuras, aunque debo reconocer que el texto-proclama juzgado y condenado era infame, porque comparaba Israel, su ejército, su "ocupación", con la Alemania nazi, su ejército y su ocupación de Europa, los pobres palestinos de hoy convirtiéndose en los pobres judíos de ayer. No hace falta lupa para ver algo parecido en los reiteradas declaraciones del presidente iraní, Ahmadineyad, portavoz de los ayatolás.
Toda esta verborrea puede resumirse en una ecuación tan sencilla como trágica: para seguir existiendo, en un entorno tan radicalmente hostil, Israel está condenado a defenderse militarmente. Una política árabe agresiva y bélica, o una "de paz", que lograra desarmar a Israel –idéntico resultado obtenido por diferentes medios– sería el fin de éste. Lo que cambia con Ariel Sharon y su nuevo proyecto político es que si él acepta negociar será "con las botas puestas", o sea, sin desarmar ni reducir la potencia defensiva de su pequeño país.
Negociar significa obligatoriamente hacer concesiones, pero no hacer concesiones apostando sobre una supuesta voluntad de paz del adversario, porque no existe. No obstante, en el marco de una conferencia internacional, en la que los USA desempeñarían un papel decisivo, se puede pensar, o al menos valdría la pena intentarlo, en que Israel y el Estado palestino llegasen a un acuerdo parecido, más o menos, al que existe entre Israel y Egipto, por ejemplo.
No seré yo quien indique cuáles serían las concesiones que, a cambio de un acuerdo, si no de paz al menos de armisticio prolongado, Israel puede y debe aceptar: es obvio que tienen que ser los israelíes quienes lo decidan democráticamente. Escribo como si Ariel Sharon no estuviera en el hospital, con un futuro, tanto político como personal, incierto. Baso mi relativo optimismo en la esperanza de que el equipo hoy al frente del Gobierno y de Kadima: Ehud Olmert, Tzipi Livni, Saúl Mofaz, Simón Peres y los demás, logre proseguir con éxito la política de Sharon, y hasta ganar las próximas elecciones.
Sin embargo, hay cosas que me parecen intangibles, como la imposibilidad material del "retorno de todos los refugiados", o la cuestión de Jerusalén, porque histórica, política, simbólica y sentimentalmente Jerusalén es la capital de Israel, esto no tiene vuelta de hoja. Que existan en la misma ciudad "lugares santos" hebreos, cristianos y musulmanes, y que razonablemente los creyentes de las diferentes religiones puedan acceder a sus lugares de culto, nada tiene que ver con la naturaleza de capital de Israel de Jerusalén. Los palestinos, como los kurdos, no habiendo jamás tenido un Estado (el que está a la vista será el primero), no han tenido capital; en cambio, y mil años antes de Jesucristo, David fundó Jerusalén como capital del reino de Israel. Luego, bien sabido es que el destino de esa ciudad fue caótico, sometida a guerras y ocupaciones e integrada en grandes imperios, como el romano o el otomano, terminando, para ir deprisa, con el británico (1922-1947). Pero cuando Israel ha existido, como reino o estado-nación, ha tenido por capital Jerusalén (Tel Aviv fue un interludio "jurídico", como Bonn). La propaganda progre-palestina sobre Jerusalén –o Jerusalén Este–, supuesta capital de un Estado palestino en gestación, no se basa en ninguna realidad histórica; de hecho, se refiere a la ocupación militar de Jerusalén por la Legión Árabe en 1948.
Recordemos que en mayo 1948 Ben Gurion proclama el renacimiento del Estado de Israel, que acata las decisiones de la ONU en cuanto a fronteras y relaciones con el vecino Estado arabopalestino. Quienes no lo aceptan son los estados árabes, que intentan impedir la creación de los ambos estados desencadenando la primera guerra arabo-israelí. Tropas de Egipto, Siria, Líbano y Jordania (que considera Palestina como provincia suya, no sin razones) invaden a sangre y fuego las tierras de Israel, ocupan Jerusalén, destrozando su barrio judío y masacrando su población civil, etcétera.
La responsabilidad del Reino Unido en esta primera guerra es evidente, porque tenía entonces fuertes lazos coloniales con esos países árabes agresores, y además su force de frappe militar, la Legión Árabe, estaba al mando de un general británico, John Bagor Glubb, apodado Glubb Pachá. Pero el Gobierno británico se convence –o más bien le convencen– de que hay que respetar las decisiones dela ONU y ordena a su general Glubb y a los demás mandos británicos de la Legión Árabe detener su ofensiva, la única victoriosa, porque los pioneros sionistas habían detenido la invasión árabe en los demás "frentes". E Israel comienza su trágica y heroica andadura, hasta hoy. Y los palestinos reivindican un trozo de Jerusalén, conquistado por los arabo-británicos de la Legión Árabe, como capital...
N. B.: Apenas había terminado este artículo, cuando llega la noticia del triunfo de los fusiles en las elecciones palestinas. Si los terroristas de Hamas forman el próximo Gobierno de la Autoridad Palestina, como es previsible, las negociaciones de paz aquí evocadas se alejan e Israel tiene que prepararse, una vez más, para la guerra.
[1] 'Cuando el sueño de la paz produce guerras'. Suplemento de Exteriores del 17-X-2005.
[2] En VV. AA., En defensa de Israel, Libros Certeza, Zaragoza, 2004, 343 páginas.
Carlos Semprún Maura, es historiador, escritor y periodista español. Reside en París y escribe regularmente para varios periódicos en España.
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